DEBATE Luz y sombra de la globalización económica
El crimen desafía al Estado
JAUME CURBET
EL PAÍS - Opinión - 26-12-2004
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El fenómeno de la globalización, que en su vertiente económica tiene ya más de 25 años, es un proceso inevitable e imparable que ha supuesto progresos económicos y sociales hasta ahora inimaginables en zonas del mundo históricamente pobres. Pero, además de esta visión, en esta página se ofrece otra cara de la globalización: lo difícil que resulta diferenciar entre la actividad económica legal y criminal, entre dinero limpio y sucio y cómo el despliegue de este capitalismo ha supuesto la práctica desaparición del Estado, rompiéndose el círculo de crecimiento e integración social.
Jaume Curbet es editor de la revista Seguridad Sostenible (Instituto Internacional de Gobernabilidad).
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Impulsada por la desregulación y la globalización financiera, la diferenciación entre actividad económica legal y criminal, dinero limpio y dinero sucio, resulta cada vez más difícil. En las dos últimas décadas, las finanzas especulativas han impuesto su lógica por encima de cualquier otra consideración política, económica o social: necesitan siempre más dinero y menos controles. Sometidos al dictado de la especulación financiera, los mercados se nutren de la totalidad del dinero que se halla en circulación, sin que importe ni su origen ni su propietario.
Según los cálculos más prudentes -aunque difíciles de verificar en un ámbito regido por la "ley del silencio"-, la cifra de negocios a escala mundial del dinero procedente de actividades ilícitas de las diferentes organizaciones criminales, es decir, el producto criminal bruto, no es inferior a los 800.000 millones de euros anuales, es decir, el 15% del comercio mundial.
Se entiende, pues, que la lucha contra el Crimen Organizado Global y el dinero sucio obtenga unos resultados tan lamentables. Y es que una represión eficaz supondría cuestionar los principios mismos que rigen la globalización financiera en tanto que sistema autorregulado al margen de cualquier tipo de control cívico. ¿No es extraño -como se pregunta el magistrado francés Maillard- que cuanto más importantes sean las sumas que hay que camuflar, más fácil resulte su blanqueo? Lo cierto es que los circuitos financieros internacionales garantizan una seguridad absoluta en las grandes operaciones de blanqueo y nos conduce, así, a esta paradoja aberrante de la globalización criminal: cuanto más importante es el crimen, menos visible resulta. Ello se explica en la medida en que la criminalidad económica y financiera -como la corrupción política o los paraísos fiscales- es el resultado natural de una forma específica de capitalismo. El despliegue mundial de este capitalismo ha supuesto prácticamente la desaparición del papel del Estado, y de cualquier otra forma de control cívico, en la administración de la economía y, de esta forma, se ha roto el círculo virtuoso del crecimiento y la integración social.
Las políticas neoliberales de los años ochenta y noventa aceleraron el proceso de globalización financiera y, asimismo, el incremento del paro y el aumento incesante de las diferencias de rentas; lo cual propició el entorno idóneo para la extensión del crimen y la creación de redes de corrupción, mercados negros, traficantes de armas y drogas, etcétera.
El Crimen Organizado Global, pues, se acomoda perfectamente a la parcelación del poder existente en el mundo liberal y la impotencia de los poderes públicos, aislados ante la criminalidad organizada, resulta cada vez más escandalosa. En su expresión más descarnada, el Crimen Organizado Global aparece como la manifestación típica y muy moderna de una nueva criminalidad a escala mundial: la de los poderosos.
No es difícil pronosticar, por tanto, que el creciente poder de estas organizaciones posestatales terminará desafiando -si no lo hace ya- al Estado convencional mediante el establecimiento de diversos vínculos mercenarios transnacionales y que defenderán, cada vez más, ambiciones regionales e incluso mundiales. Hasta el punto de que, como señala Castells, una de las causas más inquietantes de la crisis que amenaza al viejo Estado-nación viene dada, justamente, por el impacto combinado del Crimen Global Organizado en la economía y la política.
De manera que, las redes flexibles del crimen, han sabido aprovechar las ventajas competitivas propias de la nueva economía global; es decir, por un lado, unos entornos locales propicios -dominados tradicionalmente por las mafias- y, por el otro, una prodigiosa capacidad de las redes globales del crimen para eludir las regulaciones nacionales y los burocratizados procedimientos de la colaboración policial internacional. Lo cual resulta particularmente visible en España, donde, según el "Informe 2003 sobre el Crimen Organizado en la UE" elaborado por Europol, se ha detectado la existencia de conexiones entre la mayoría de las mafias oriundas de los distintos países de la UE con grupos de criminalidad organizada españoles.
La expansión desbordante del Crimen Organizado Global cuestiona, así, los dispositivos tradicionales de control de la criminalidad; ya que los delitos perpetrados "en las alturas", además de estar mal tipificados, resultan terriblemente difíciles de detectar para las estrategias convencionales de investigación y, para terminar de agravarlo, la vigilancia pública en este ámbito de actuación criminal es, en el mejor de los casos, errática y esporádica, y en el peor, inexistente.
En última instancia, sin embargo, el éxito del Crimen Organizado Global no se podría entender fuera del contexto de una sociedad que ha elevado la lógica de la competitividad y de la maximización del beneficio particular al grado de imperativo natural. Los valores que sustentan el Crimen Organizado Global suponen la realización del auténtico sueño de los capitalistas: crecimiento económico al servicio del interés particular, sin el lastre de la solidaridad ni el control del Estado. Podría decirse, parafraseando la célebre fórmula de Clausewitz, que la criminalidad organizada viene a ser, en la era de la globalización económica, la continuación del comercio por otros medios.
Este lucrativo capitalismo gansteril, como lo denomina Sontag, podría acabar convirtiéndose en un fenómeno auténticamente explosivo, en un peligro para el sistema legal de mercado. De manera que, si las sociedades nacionales no consiguen asegurar el mantenimiento de las protecciones sociales, la estabilidad de las infraestructuras materiales y de los sistemas educativos, podemos prepararnos para vivir fenómenos de regresión masiva: conflictos de clase violentos, o el retorno puro y simple a ciertas formas de barbarie. Hasta tal punto que la extensión vertiginosa del Crimen Organizado Global, junto con las nuevas formas del terrorismo internacional y de la inseguridad ciudadana, vendrían a ser tan sólo una siniestra primicia.
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